PRÓLOGO:

Nota idiomàtica: el prólogo del libro es en catalán. El libro en castellano. Aquí les ofrecemos una versión traducida al castellano del prólogo.

El último soldado del POUM es el relato de un testimonio directo de la guerra civil española. La autobiografía de un muchacho que, con quince años, no paró hasta conseguir alistarse e ir a luchar en el frente de Aragón, alejándose así de la desdicha que había marcado su infancia.

Se trata de una historia de guerra sin héroes ni grandes batallas, donde se relatan las vicisitudes de un soldado raso que entró en el POUM muy poco antes de que el partido fuera ilegalizado. De aquí viene el título de la obra, que no es más que la crónica de una derrota, personal y militar, de un niño que vivió desde los siete años en un orfanato debido al abandono de sus padres y que, aún adolescente, cogió el fusil para inentar huir de esta situación. Se trata de un auténtico ejemplo del antihéroe, el único que puede existir en una guerra de trincheras. El antihéroe no puede esperar más que la derrota. No es quien se dedica a matar enemigos sino a defenderse tanto de ellos como de la situación límite en la que se encuentra y sólo el puro azar le evita la muerte en más de una ocasión. Pero de ningún modo es un cobarde. Al contrario, es quien más se expone a caer bajo una bala enemiga en cualquier momento.

El absurdo de la guerra queda reflejado en esta obra como continuación, y puede que como consequencia, de un absurdo tal vez mayor: el del abandono y el sufrimiento de un niño. Son dos sinsentidos que llevan el uno al otro, compartidos los dos, primero con los compañeros de orfanato y luego con los del frente de Aragón.

El valor de El último soldado del POUM es el de aportar la experiencia directa de una guerra que la mayoría de testimonios no fueron a tiempo de poder relatar, debido a la larga dictadura y al silencio impuesto al final de ésta. Es un relato autobiográfico escrito después de muchos años de recordar y contar oralmente las vivencias de los primeros años de vida, lo cual sirvió para desmitificar y madurar el recuerdo de experiencias vividas al límite.

Aún no tratándose de un libro de história sinó de una autobiografía, la excepcionalidad del período en que se situa el relato hace que en él se puedan apreciar aspectos tan trascendentes como la conmoción vivida en la ciudad de Vic en el inicio de la guerra, la descripción de una línea del frente a pocos metros de donde luchó quien más tarde se haría famoso escribiendo como George Orwell, o bién el testimonio directo de uno de los hechos más importantes acaecidos en el bando republicano: el desarme del POUM.

Su protagonista, este muchacho que cogió el fusil con tan sólo quince años, bién podría ser alguien como los que Orwell describe en su emotivo Homenaje a Catalunya, cuando habla de sus compañeros en la línea de frente: Uno difícilmente puede imaginarse chusma que parecíamos. Íbamos a la desbandada con bastante menos cohesión que un rebaño de ovejas; antes de avanzar dos millas la retaguardia de la columna se había perdido de vista. Y de bién seguro al menos la mitad de los que se llamaban hombres eran chiquillos  —pero me refiero literalmente a chiquillos, de dieciséis años como mucho. (...) Era espantoso que los defensores de la república debieran ser esa multitud de muchachos desgarrados que llevaban unos fusiles gastados que ni tan siquiera sabían utilizar. Me recuerdo imaginándome qué pasaría si un avión fascista pasaba por donde estábamos. (...) ¿De seguro que no vería, incluso des del aire, que no éramos soldados de verdad?

Poco más se podía esperar, pues, de uno de esos mal llamados hombres, que conseguir pasar por la guerra sin perder el juicio ni la vida. Y es ésta, probablemente, la heroicidad del autor de El último soldado del POUM: conseguir pasar una guerra primero al frente y luego como prisionero, vivir después tres años más en en ejército realizando el servicio militar y, al final de todo eso, trabajar durante cuarenta largos años para formar la familia que de niño se le había negado. Paralelamente, la afición a la lectura, descubierta des de su más pronta infancia y que acabaría contagiando a hijos y nietos, fué aumentando y convirtiéndose también en una pasión por la escritura que acabaría posibilitando estas memorias. Su formación fué autodidacta, edificada sobre las bases de lo que, de pequeño, pudo aprender en la escuela. Una formación y unas lecturas que fueron, como es natural en esa época, realizadas exclusivamente en castellano prácticamente hasta el fin de la dictadura. Es por esta razón que la obra no se ha escrito en la lengua materna del autor, el catalán, sinó en aquella en que adquirió su formación cultural. Hijos y nietos decidimos no traducirla para no traicionar la riqueza de sus expresiones y contenido, ya que siempre que es posible es mejor leer una obra en su idioma original.

Queda aún mucho por escribir sobre la guerra civil española y la ilusión de Miquel Adillon es la de contribuir a esta enorme tarea, aportando sus vivencias personales en este importante período de la historia europea del siglo XX. Tanto esta guerra como la II guerra mundial, que empezaría en seguida, marcan para un país y para el continente entero un punto de inflexión que, a más de medio siglo de distancia, no puede permitirse que caiga en el olvido. Explicar la guerra, según el autor de este libro, así como sus causas o, al menos, las circunstancias que llevaron a ella, debe servir para no dejar que nunca se olvide cómo se llegó a una situación de odios y asesinatos entre vecinos como la del 1936.

Esta profunda preocupación, en un momento en que quedan ya muy pocos testimonios con vida de los dos desastres, fué forjándose a través de los años de reflexión sobre la guerra. Unos años que han servido para adquirir la suficiente serenidad como para no ver ya ni buenos ni malos en el conflicto. Las muertes a sangre fría no fueron patrimonio exclusivo de ninguno de los dos bandos. No se pueden excusar ni los asesinatos de los anarquistas ni los de los fascistas, como tampoco tienen excusa las complicidades clericales, aún habiendo sido también víctimas en tantas ocasiones. Pero lo que no puede hacerse nunca es mitificar (ni tampoco santificar) ninguno de los dos bandos. La experiencia de la guerra, la posguerra y de la subsiguiente represión, afortunadamente cada vez más lejos de las generaciones que están creciendo, deben seguir vivas en el recuerdo para evitar que se vuelva a caer en situaciones parecidas.

Ahora bién, no es menos cierto que hay que seguir teniendo bien presente por qué razón todos aquellos hombres, mujeres y chiquillos decidieron jugarse la vida y enfrentarse al totalitarismo fascista: la lucha por la libertad. Una lucha que jamás debería dejar de ser un objetivo, aunque utópico, para una sociedad que, si bién no puede compararse con la que salió de la guerra, está aún muy lejos de parecerse mínimamente a la que soñaron todos aquellos que se alzaron en armas, como única respuesta posible, ante unas ideas que querrían y consiguieron imponerse a la fuerza y que la muerte del dictador no enterró del todo. Adaptadas a los tiempos, muchas actitudes fascistas persisten aún. Y mientras éstas perduren, seguirá teniendo sentido mantener encendida la llama que movió a intentar realizar la utopía, entre otros, a los militantes del POUM.

A mi abuelo, con admiración
Joan Soler i Adillon
Barcelona, Mayo de 2001.

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