Los vascos :

Yo llevaba más de un año de convivencia con los vascos que quedaban del antiguo 14 batallón de prisioneros. Se habían limado las asperezas de su carácter para conmigo. Había hecho entre ellos buenos amigos y había podido descubrir los orígenes de su repudio inicial, aunque continuaban creyendo ser nobles desde la cuna y los mejores del mundo en deportes.

Sus quejas venían de haber visto que Catalunya, con todo su poderío humano e industrial, se había mantenido estático en el frente de Aragón, a trescientos quilómetros de Vizcaya, dejando que los nacionales los machacaran y derrotaran. Eso, lo tenían muy claro y no dejaba de ser verdad. No se dieron cuenta de que al gobierno de la República Española no le interesó en ningún momento una victoria de catalanes o vascos, y sufrimos el mismo desinterés y el mismo repudio.

Me aceptaron entre ellos gracias a beber como un cosaco, levantar pesos haciendo gala de musculatura, boxear, meterme con ellos en las heladas aguas del río para bañarnos o, simplemente, para ver quién era capaz de aguantar más tiempo la inmersión o el frío. Y manteniendo siempre vivo el espíritu antifranquista.

Tenían un trasfondo religioso que seguían conservando, sin alardes de beatería ni remilgos prosaicos. No blasfemaban ni les dolía que otros lo hicieran. En las cartas que recibían de sus casas, sus familiares les pedían mantenerse en la fe pese a las circunstancias.

Su espíritu antifranquista lo demostraron cuando les ofrecieron la libertad a cambio de convertirse en soldados de Franco. Entre más de cien, sólo dos aceptaron.

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